1Se ponen en una cazuela los mejillones, el vaso de vino y media cebolla cortada en aros.

2Se pone al fuego hasta que se abran los mejillones.

3Se cuela en caldo y se reserva, así como la cebolla.

4Se hace una bechamel pero, en lugar de utilizar toda la leche, se sustituye la mitad por la misma cantidad del caldo obtenido.

5Se espolvorea ligeramente con pimienta negra. Ha de quedar preferiblemente espesa.

6En una sartén, se pone un chorrito de aceite y se doran los dientes de ajo cortados en láminas y el resto de la cebolla muy picada.

7Se añade la cebolla que hemos utilizado al hervir los mejillones, también muy picada.

8Se sala un poco para que la cebolla suelte todo el jugo, y una vez esté transparente la cebolla, se echa el tomate frito al gusto.

9Se añade un par de cucharaditas del jugo de los mejillones, y se deja al fuego unos cinco minutos, removiendo de vez en cuando.

10En una fuente grande de barro o cerámica se ponen los mejillones, a los que previamente se ha quitado la cáscara superior.

11Se les echa la bechamel y después el tomate, procurando que no quede todo cubierto por el tomate, sino que esté mezclado con la bechamel.

12Se meten en el horno y se gratinan unos minutos, al gusto.

13Se sacan, se espolvorea con el queso rallado y se vuelven a gratinar unos dos minutos.